Cultura y cuidados: La dimensión olvidada del bienestar social

Porque la cultura cuida. Y ese cuidado, cuando se hace con las comunidades, puede cambiarlo todo.

Clemencia González Tugas 05-06-2025 / 11:45:28

En sus reflexiones sobre los vínculos sociales, Serge Paugam sostiene que la cohesión de una sociedad no se reduce únicamente a la provisión de bienes materiales o servicios asistenciales, sino que descansa en la existencia de lazos simbólicos que permiten a las personas sentirse reconocidas, protegidas y partícipes de una comunidad.


Desde esta perspectiva, la cultura —en sus múltiples expresiones— no es un adorno del bienestar social, sino una dimensión estructural del cuidado colectivo. Es a través de prácticas culturales compartidas que se tejen pertenencias, se repara el tejido social y se construye la integración más allá de las fracturas económicas o políticas.


Así, como plantea Paugam, la exclusión no solo es material, también es relacional, y la cultura tiene la capacidad de intervenir precisamente allí donde más se resiente la soledad, la indiferencia o la violencia.


Cuando hablamos de cuidados, solemos pensar en hospitales, médicos, hogares o labores domésticas. Pocas veces pensamos en cultura. Sin embargo, hay una forma de cuidado que no se receta ni se regula, pero que transforma igual: el cuidado que ofrece la cultura.


En territorios marcados por profundas desigualdades y heridas aún abiertas de nuestra historia reciente, el arte, el patrimonio y la memoria han demostrado ser herramientas poderosas para sanar, integrar y proyectar futuro. Cuando una comunidad comparte sus archivos familiares en una jornada de digitalización, cuando un coro ciudadano interpreta piezas musicales en un espacio público, o cuando una exposición de fotografías recupera memorias locales olvidadas, se activa algo más que conocimiento. Se activa un acto de cuidado. Este tipo de acciones, lejos de ser ornamentales o marginales, configuran un campo de prácticas culturales con un profundo impacto en la cohesión social.


En diversos territorios, estas prácticas han sido asumidas como parte de una estrategia deliberada: una extensión cultural entendida como función sustantiva del quehacer público, y no como complemento decorativo. En estos enfoques, no se hace cultura para embellecer lo académico o cumplir con una agenda institucional, sino para sostener la vida común, para nutrir los vínculos y para disputar la narrativa de lo posible en contextos históricamente postergados. Tales experiencias se articulan sobre principios concretos como la equidad territorial, el enfoque de derechos, la participación activa y la pertinencia local.


En esa lógica, la cultura cuida porque reconoce. Cuida porque incluye. Cuida porque teje vínculos donde antes hubo fractura. Es una cultura que no solo entretiene, sino que interviene con sentido. Que acompaña a los jóvenes en su salud mental, que ofrece espacios de expresión a quienes fueron silenciados, y que vuelve a dar sentido a los lugares cargados de memoria.


Pero para que esta dimensión de la cultura sea reconocida en las políticas públicas, necesitamos cambiar el lente. Necesitamos que el sistema de salud mire al arte como una aliada. Que los municipios vean en los archivos comunitarios una inversión en cohesión. Que las políticas de desarrollo regional consideren que, sin cultura, no hay sostenibilidad.


Hoy más que nunca, hablar de cuidados es hablar de dignidad. Y no hay dignidad sin cultura. Desde el aula hasta la plaza, desde la memoria hasta la creación, la cultura tiene un rol que no puede seguir siendo marginal. No se trata de una afirmación abstracta, sino de una certeza que emerge desde experiencias concretas en distintos puntos del país.


Porque la cultura cuida. Y ese cuidado, cuando se hace con las comunidades, puede cambiarlo todo.

Clemencia González Tugas
Directora de Cultura, Patrimonio y Extensión de la Universidad de O’Higgins